lunes, 4 de mayo de 2009
Género neutro. 2- Desde los confines del patriarcado
En novelas anteriores, Le Guin venía ocupándose del poder y la alteridad. La rueda del cielo, por ejemplo, es un libro donde un psiquiatra inocula en la mente de un paciente al que se le cumplen los sueños el deseo de equidad: a la mañana siguiente ve con horror que todos los habitantes de su ciudad son grises. Pero en “La mano izquierda de la oscuridad” logra proponer brillantemente otra alternativa a la irracionalidad de cualquier “ismo”.
El género neutro descarta de entrada la “ prescripción de lo anatómico sobre lo psíquico según el orden de la mímesis” (en "Speculum, espejo de otra mujer", Luce Irigaray, una psicoanalista feminista excomulgada por Lacan, resalta este subrayado en “La femineidad” por Freud).
Aunque los guedenianos, habitantes del extraño lugar donde se desarrolla la novela, “no son neutros”, “son potenciales, o integrales... ni hombre ni mujer, mujer y hombre al mismo tiempo”.
Al respecto, el informe “La cuestión del sexo”, de Genry Ai –enviado de la Ecúmene al lejano planeta Gueden-, es concluyente:
“Accidente, es posible; selección natural, difícilmente; la ambisexualidad de estas criaturas tiene un valor escaso o nulo como factor de adaptación.
Porqué un mundo entero para ese experimento?
No hay respuesta... El ciclo sexual tiene una duración de 26 a 28 días... Durante 21 a 22 días el individuo es sómmer, sexualmente inactivo, latente.
Alrededor del día 18 se desencadenan los primeros cambios hormonales y el individuo entra en kémmer, estrus. Es aun completamente andrógino. Él género, la potencia, no son alcanzados en el aislamiento. Un guedeniano en la primera fase del kémmer que viva solo o con otros que no están en kémmer sigue siendo incapaz de llevar a cabo el coito. No obstante, el impulso sexual es de un tremendo poder, imponiéndose a todas las otras necesidades instintivas. Cuando el individuo encuentra a un compañero en kémmer, la secreción hormonal es estimulada... hasta que una de las partes establece una dominante masculina o femenina. Los genitales se adaptan, el juego preliminar se intensifica, y el compañero en cuyo organismo el cambio del otro ha desencadenado procesos nuevos, pasa a desempeñar el papel del otro sexo (quizás sin excepción)... Si uno de los compañeros se encuentra ya en pleno kémmer, la fase será para el otro mas corta... Los individuos normales no tienen predisposición a un determinado sexo en kémmer; no saben si serán el macho o la hembra, y no tienen posibilidad de elegir... Una vez establecido el sexo no se lo puede cambiar durante el kémmer... Si el individuo era la parte femenina y ha habido embarazo... con el fin de la lactancia la hembra entra en sómmer, y pasa a ser una vez más un perfecto andrógino. No se establece ningún hábito fisiológico, y la madre de varios niños puede ser el padre de otro.”
La idea sobre la naturaleza dual de la sexualidad es muy antigua, seguramente fundada en las variaciones y el nomadismo del deseo, porque en tanto significación, la bisexualidad parece ser el reverso de un dogma: que la dicotomía anatómica determina sólo dos sexos. Aludo aquí el nomadismo al que Rosi Braidotti se refiere como metáfora preformativa.
Igual que la utopía de Le Guin, enfatiza la estructura corporizada y por lo tanto sexualmente diferenciada del sujeto hablante, es decir, las raíces corpóreas de la subjetividad como “punto de superposición entre lo físico, lo simbólico y lo sociológico”.
Pero una subjetividad nómade “desplaza y condensa zonas completas de mi existencia”..., rescata lo necesario del...“pasado a fin de trazar senderos de transformación”... ; implica “... la disolución total de la idea de centro y, por consiguiente, la noción de sitios originarios o de identidades auténticas”, afirma Rosi Braidotti. Y Ursula Le Guin va aún más allá.
Al imaginar una sociedad donde cada uno deviene según la trayectoria de su deseo, no sólo se anticipa a los movimientos queer y su implícita subversión del eje igualdad-diferencia en el que descansa el sistema hegemónico generando desigualdades de todo tipo. Le Guin supera también la vanguardia bioética, en cuya agenda, la del poder médico legitimado, no existen los problemas de los GLTTTyB (Gay, Lesbiana, Transexual, Transgénero, Travesti y Bisexual), y sobrepasa de lejos las promesas del biopoder, cuyas tecnologías no son tan “neutrales” como parecen ni tienen alcance igualitario.
Para ir más allá, nuestra cultura debería definir la identidad genérica por fuera de los sistemas discursivos que promueven la diferencia como única normativa limitante para las identificaciones, aunque esto sólo no revelaría su complejidad. Algo que parece bastante difícil, por el momento.
Como las caras de una moneda al oscilar sobre su canto, las brechas entre sexo, representación, performance de género y elección de objeto, mantienen una ambigüedad que se resuelve al caer, casi reactivamente, en esa “familiaridad.... con ciertas identidades hegemónicas” que se hacen “pasar por la norma”. Y esta norma cobra cuerpo, -realmente se los cobra -, en el ejercicio de una verdad / poder social naturalizado como sin fisuras, aunque cada vez más resquebrajado por una realidad que puja en busca de alojamiento simbólico.
Señalar la reificación del género nos enfrenta con la persistencia misteriosa de una demarcación psíquica a la vez firme y cambiante en su contenido y localización. A propósito, Jessica Benjamin dice: “como las bacterias, las categorías genéricas parecen a menudo capaces de mutar y producir linajes resistentes.”
Sólo desde una política de las representaciones acorde a una política de la reproducción humana que se extienda hacia lo más invisible de los cuerpos, pueden pensarse únicos y normales dos sexos, uno para cada aparato genital, cada uno actuando el género adjudicado.
Esta política binaria se sostiene en el ordenamiento patriarcal, al que Le Guin sacude con la imaginación de esta poderosa utopía político-social, haciendo brillar el escandaloso campo de lo neutro. Así adelanta, desde la ciencia ficción, algo que hoy nos conmueve: la reificación atributiva de la identidad y la desestabilización -junto al género-, de todas las categorías binarias.
La narrativa maestra de La mano izquierda de la oscuridad se ocupa del sexo, el poder y la exclusión con alma grande. Para su autora, las subjetividades y los cuerpos se entretejen en una urdimbre relacional, cultural y política, y por lo tanto, los límites humanos no son biológicos ni morales: son políticos, o semióticos.
Tal complejidad en el entramado de las identidades de género ha sido entrevista por quienes padecen los efectos que el falogocentrismo impone, por otros, estudiosos del tema, y por algunos antifundamentalistas. Pero Le Guin aspira a más: situada imaginariamente en una locación no binaria, irrumpe en la confluencia del poder con el sistema de representaciones, para dar a la luz una subjetividad que traspone las fronteras del patriarcado.
El género neutro descarta de entrada la “ prescripción de lo anatómico sobre lo psíquico según el orden de la mímesis” (en "Speculum, espejo de otra mujer", Luce Irigaray, una psicoanalista feminista excomulgada por Lacan, resalta este subrayado en “La femineidad” por Freud).
Aunque los guedenianos, habitantes del extraño lugar donde se desarrolla la novela, “no son neutros”, “son potenciales, o integrales... ni hombre ni mujer, mujer y hombre al mismo tiempo”.
Al respecto, el informe “La cuestión del sexo”, de Genry Ai –enviado de la Ecúmene al lejano planeta Gueden-, es concluyente:
“Accidente, es posible; selección natural, difícilmente; la ambisexualidad de estas criaturas tiene un valor escaso o nulo como factor de adaptación.
Porqué un mundo entero para ese experimento?
No hay respuesta... El ciclo sexual tiene una duración de 26 a 28 días... Durante 21 a 22 días el individuo es sómmer, sexualmente inactivo, latente.
Alrededor del día 18 se desencadenan los primeros cambios hormonales y el individuo entra en kémmer, estrus. Es aun completamente andrógino. Él género, la potencia, no son alcanzados en el aislamiento. Un guedeniano en la primera fase del kémmer que viva solo o con otros que no están en kémmer sigue siendo incapaz de llevar a cabo el coito. No obstante, el impulso sexual es de un tremendo poder, imponiéndose a todas las otras necesidades instintivas. Cuando el individuo encuentra a un compañero en kémmer, la secreción hormonal es estimulada... hasta que una de las partes establece una dominante masculina o femenina. Los genitales se adaptan, el juego preliminar se intensifica, y el compañero en cuyo organismo el cambio del otro ha desencadenado procesos nuevos, pasa a desempeñar el papel del otro sexo (quizás sin excepción)... Si uno de los compañeros se encuentra ya en pleno kémmer, la fase será para el otro mas corta... Los individuos normales no tienen predisposición a un determinado sexo en kémmer; no saben si serán el macho o la hembra, y no tienen posibilidad de elegir... Una vez establecido el sexo no se lo puede cambiar durante el kémmer... Si el individuo era la parte femenina y ha habido embarazo... con el fin de la lactancia la hembra entra en sómmer, y pasa a ser una vez más un perfecto andrógino. No se establece ningún hábito fisiológico, y la madre de varios niños puede ser el padre de otro.”
La idea sobre la naturaleza dual de la sexualidad es muy antigua, seguramente fundada en las variaciones y el nomadismo del deseo, porque en tanto significación, la bisexualidad parece ser el reverso de un dogma: que la dicotomía anatómica determina sólo dos sexos. Aludo aquí el nomadismo al que Rosi Braidotti se refiere como metáfora preformativa.
Igual que la utopía de Le Guin, enfatiza la estructura corporizada y por lo tanto sexualmente diferenciada del sujeto hablante, es decir, las raíces corpóreas de la subjetividad como “punto de superposición entre lo físico, lo simbólico y lo sociológico”.
Pero una subjetividad nómade “desplaza y condensa zonas completas de mi existencia”..., rescata lo necesario del...“pasado a fin de trazar senderos de transformación”... ; implica “... la disolución total de la idea de centro y, por consiguiente, la noción de sitios originarios o de identidades auténticas”, afirma Rosi Braidotti. Y Ursula Le Guin va aún más allá.
Al imaginar una sociedad donde cada uno deviene según la trayectoria de su deseo, no sólo se anticipa a los movimientos queer y su implícita subversión del eje igualdad-diferencia en el que descansa el sistema hegemónico generando desigualdades de todo tipo. Le Guin supera también la vanguardia bioética, en cuya agenda, la del poder médico legitimado, no existen los problemas de los GLTTTyB (Gay, Lesbiana, Transexual, Transgénero, Travesti y Bisexual), y sobrepasa de lejos las promesas del biopoder, cuyas tecnologías no son tan “neutrales” como parecen ni tienen alcance igualitario.
Para ir más allá, nuestra cultura debería definir la identidad genérica por fuera de los sistemas discursivos que promueven la diferencia como única normativa limitante para las identificaciones, aunque esto sólo no revelaría su complejidad. Algo que parece bastante difícil, por el momento.
Como las caras de una moneda al oscilar sobre su canto, las brechas entre sexo, representación, performance de género y elección de objeto, mantienen una ambigüedad que se resuelve al caer, casi reactivamente, en esa “familiaridad.... con ciertas identidades hegemónicas” que se hacen “pasar por la norma”. Y esta norma cobra cuerpo, -realmente se los cobra -, en el ejercicio de una verdad / poder social naturalizado como sin fisuras, aunque cada vez más resquebrajado por una realidad que puja en busca de alojamiento simbólico.
Señalar la reificación del género nos enfrenta con la persistencia misteriosa de una demarcación psíquica a la vez firme y cambiante en su contenido y localización. A propósito, Jessica Benjamin dice: “como las bacterias, las categorías genéricas parecen a menudo capaces de mutar y producir linajes resistentes.”
Sólo desde una política de las representaciones acorde a una política de la reproducción humana que se extienda hacia lo más invisible de los cuerpos, pueden pensarse únicos y normales dos sexos, uno para cada aparato genital, cada uno actuando el género adjudicado.
Esta política binaria se sostiene en el ordenamiento patriarcal, al que Le Guin sacude con la imaginación de esta poderosa utopía político-social, haciendo brillar el escandaloso campo de lo neutro. Así adelanta, desde la ciencia ficción, algo que hoy nos conmueve: la reificación atributiva de la identidad y la desestabilización -junto al género-, de todas las categorías binarias.
La narrativa maestra de La mano izquierda de la oscuridad se ocupa del sexo, el poder y la exclusión con alma grande. Para su autora, las subjetividades y los cuerpos se entretejen en una urdimbre relacional, cultural y política, y por lo tanto, los límites humanos no son biológicos ni morales: son políticos, o semióticos.
Tal complejidad en el entramado de las identidades de género ha sido entrevista por quienes padecen los efectos que el falogocentrismo impone, por otros, estudiosos del tema, y por algunos antifundamentalistas. Pero Le Guin aspira a más: situada imaginariamente en una locación no binaria, irrumpe en la confluencia del poder con el sistema de representaciones, para dar a la luz una subjetividad que traspone las fronteras del patriarcado.
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