domingo, 3 de mayo de 2009
La estrategia naturalista como barrera epistemológica
Muchas de las teorías utilizadas en salud mental responden de manera implícita al discurso hegemónico de género y lo contienen, aunque más no sea porque en algún momento se remiten a los significados o las consecuencias de ser o haber nacido varón o mujer.
De muchos modos realimentan el androcentrismo, que la academia ha naturalizado como neutro. Esto, junto a la falta de proyección científica o política de sus producciones científicas, reproduce y afianza sus efectos.
El sistema binario de género, como supuesto científico que ha naturalizado la existencia de dos géneros complementarios, es quizás uno de los supuestos menos cuestionados y casi siempre implicado en la producción de conocimientos.
Revisaré aquí el modo en que el feminismo irrumpió en la episteme androcéntrica para superar su lógica binaria y los obstáculos que encontró dentro de su propia teoría... prácticamente los mismos que por fuera de él.
Veremos cuales son esas razones por las que el feminismo, en tanto pensamiento crítico, tiende a recaer en el esencialismo naturalista que tanto ha combatido.
Para comenzar, aclaremos que “Pensar que el punto de vista de las mujeres es más verdadero que el masculino –como dice Jane Flax- tan sólo porque es acorde al propio interés, acentúa acríticamente la idea de una realidad que la razón perfecta puede descubrir y hacer funcionar”. Supone que los oprimidos no son afectados por su experiencia social. Supone una relación privilegiada con la realidad que está ‘allí afuera’ esperando nuestra representación –y continúa-, supone que en virtud del sexo hay pertenencia a una ‘otredad’, y que las relaciones de dominación arraigadas en la raza, clase u homofobia, pueden superarse sin considerar nuestra implicación subjetiva. Al respecto son paradigmáticas las teorizaciones de Nancy Chodorow o Carol Gilligan.
Flax asiste con optimismo al encuentro de la vasta producción feminista con el pensamiento posmoderno. Este ha posibilitado al canon plantear ciertas cuestiones epistemológicas fundamentales, mientras que los feminismos encontrarán en el posmodernismo cierta legitimación de su discurso.
Ella además nos incita a “comprender y constituir el sí mismo, el género, el conocimiento, las relaciones sociales y la cultura sin recurrir a modos de pensamiento y de ser lineales, teleológicos, jerárquicos, holísticos o binarios” , ya que “internalizamos igual que los varones las concepciones dominantes”.
Y agrega: “por sí sóla la teoría feminista no puede despejar dicho espacio... requiere de contextos filosóficos más amplios...”, aunque reconoce que "... sin las acciones políticas feministas las teorías resultan inadecuadas e inefectivas”.
Para el feminismo, “la necesidad de teorizar sobre el género sólo se hizo patente tras el reconocimiento de las limitaciones de otros tres proyectos”. El proyecto mujeres notables pretendía restaurar las voces de mujeres destacadas; el de la victimología, documentar historias y prácticas actuales de violencia; el de las aportaciones de las mujeres, rescatar la historia y la cultura desde su propia perspectiva. Se trataba, a todas luces, de proyectos políticos.
El registro histórico de los avatares de su sexo como grupo diferenciado, llevó a las feministas a la necesidad de formular el género como categoría teórica y como herramienta analítica para dar a hombres y mujeres concepciones diferentes de sí mismos, de sus actividades y creencias y del mundo que los rodea. Después de todo, la categoría y la experiencia de género se dan por el cruce de diversas relaciones sociales con las relaciones del género.
El género implica una transformación del sexo primario donde cultura y naturaleza sexual encuentran su línea de unión y quiebre en ciertas “ necesidades e impulsos invariantes e invariablemente asociales” vehiculizadas por la pulsión. Es una construcción históricamente desarrollada que implica una posición social, política-económica y subjetiva, que resulta en una polarización binaria subordinada jerárquicamente de la que no es fácil desasirse. Es también y por lo tanto una categoría relacional: no aparece jamás en estado puro sino cruzado con otras variables.
Pero... ¿qué tipo de conciencia o acciones contribuirían a promover otras categorías e interacciones si consideramos que el feminismo partió de una episteme afianzada en relaciones subordinadas?
En 1940 comienza la fase clásica de reflexión feminista con la escritura de El Segundo Sexo, donde Simone de Bouvoir instala esta idea central: “no se nace mujer, se llega a serlo”.
El problema es que con más de medio siglo de acumulación teórica y experiencia militante, los feminismos tienden a reproducir las relaciones que combaten.
De ahí que nos resulte totalmente comprensible que Jane Flax proponga para el estudio de las relaciones de género “... al menos dos niveles de análisis: como pensamiento construido o categoría -que ayuda a descifrar el sentido de mundos e historias sociales particulares-; y como una relación social, que interviene y construye parcialmente en todas las otras relaciones y actividades”.
El recurso de separar en dos vertientes los estudios de género, se basa en la sospecha de que el discurso alimenta, para ser escuchado, lo que desea erradicar. ¿No corre acaso el feminismo el riesgo de ser englobado por la cultura dominante como otro discurso femenino? ¿No estuvo esto a punto de ocurrir, no ocurrió ya, tantas veces?
Por fortuna, los feminismos necesitan responder a necesidades más concretas que su coherencia teórica: deben alojar las inquietudes de las mujeres, lo cual los lleva inevitablemente a descubrir sus propias trampas.
En coincidencia con los tres proyectos de producción teórica antes mencionados, los intereses y avances del feminismo parecen corresponder a tres etapas: reclamos por la igualdad de derechos, reivindicación de la diferencia entre los sexos, y estudios de género, que se abocan a las relaciones intra e inter-géneros. En ellos parece siempre aflorar un obstáculo que Jane Flax conceptualizó como barrera natural.
Barrera natural significa que la causalidad retorna a la equivalencia sexo/ biología/ naturaleza/ género/ mujer como la rueda a la noria. Las feministas socialistas tienen como horizonte extender el concepto de producción a la mayor parte de las actividades humanas incluidas preniez y crianza, antes de desalojar el poder totalitario de la división sexual del trabajo. El feminismo francés y las norteamericanas también llegarán al punto estanco de la disyunción radical entre sexo/ biología/ naturaleza/ género/ mujer, y mente/ cultura/ signo/ varón.
El retorno permanente a estas oposiciones consolidaba las relaciones de dominación al constrenir la complejidad de las prácticas sociales a una preexistente e invariable arquitectura del lenguaje.
Ahora bien, si “toda episteme requiere la supresión de los discursos que amenazan socavar o discrepar con la autoridad del discurso dominante, las relaciones de género, como relación social práctica”, “requieren un examen de los significados de varón y mujer y las consecuencias de ser asignado a uno u otro género dentro de las prácticas sociales concretas... ”.
¿Por qué esas estructuras y significados deben fundarse en la estrecha franja de las diferencias anatómicas?, se pregunta Flax.
Una respuesta rápida asocia las características anatómicas a la reproducción, o la reproducción a las relaciones sexuales, un cierto ajuste entre macho y hembra con un repertorio de significados aparentemente ya dados: pene o clítoris, vagina y pechos..., el sentido de sí mismo como género marcado, distinto y diferenciado, las relaciones de género como categoría excluyente.
A menudo las mujeres representan y / o simbolizan el cuerpo, la diferencia, lo concreto, por las actividades que más se les asocian: nutrición, maternaje, preservación. Su mente parece su reflejo: habría intereses y motivos diferentes en mujeres y varones. Pero también dentro del feminismo las mujeres se han pensado como portadoras exclusivas de la corporalidad y de la diferencia, igualadas por la anatomía femenina y los caminos en que experimentamos nuestra corporalidad, negándole significación, restándole espesura, reduciendo la experiencia de estar vivas y ser parte de la cultura a relaciones de producción o reproducción.
Estos planteos se refuerzan, además, con la idea academicista de que sólo una perspectiva puede ser correcta, revelándonos ser sucedáneos de los procesos que deseamos transformar. Así, las categorías con que pensamos se convierten en totalidades, se constriñen a una ecuación simple y unificada que en verdad es compleja y contradictoria.
Para colmo, desde la metateoría, representar el todo requeriría de un punto exterior, que estaría más allá de nuestra inserción en él, - corrobora Flax- en una especie de mente vacía y transcripta por un lenguaje transparente...
El problema es que el punto desde el cual se construye el pensamiento feminista esta adentro de aquello que pretende derribar. No por debilidad teórica sino porque la categoría de género se presenta en relación con otras variables. Tampoco existe un sólo relato acerca del género, hay muchos, y cada uno de ellos podría resultar exterior a los otros.
Si como toda teoría, la teoría feminista aborda “un cierto conjunto de experiencias sociales y al mismo tiempo las refleja ”... , es deseable -dice Jane Flax- “...tomar una distancia crítica sobre las constelaciones de género existentes.” ¿Porqué, para qué divorciar la conciencia crítica de la acción política?
El canon filosófico aboga por una suspensión de los actos a favor del pensamiento.
Según Flax, el insistente ‘olvido’ que hace recaer las teorías feministas en el esencialismo naturalista se debería a la identificación de las relaciones de género con las diferencias sexuales.
Pero surge un problema particular para un fenómeno tan universal como la dominación masculina: proximidad en la experiencia y distancia en la conciencia no sólo es típica del pensamiento de los hombres, sino que puede tornarse una disyunción difícilmente salvable para el feminismo, aún si pareciera ‘olvidar’ su fundamento más revulsivo: que el género ya no puede tratarse como un hecho simple y natural. Pero tal disyunción es lo más problemático, porque es esencialista y monocausal.
Pero afianzar ese descubrimiento a la vez que se pretende afianzarse como pensamiento político, requiere de una conciencia que remita a la experiencia –por más ilusoria que ésta sea-. Y ésta se inscribe también en el cuerpo, pero no en su “naturaleza biológica”, sino en el cuerpo como soporte material de las huellas de una experiencia histórica y singular, huellas de la inevitable participación en un entramado de relaciones.
Un interesante modelo físico de funcionamiento psíquico a propósito de huellas mnémicas inconcientes, provocadas por experiencias vividas, es el “ Proyecto de una Psicología para Neurólogos”, de Sigmund Freud. Sólo que las preguntas acerca del impacto que produce la experiencia de tener un cuerpo de mujer, no surgen de la biología ni de la medicina sino del feminismo, como tampoco se interrogan sobre porqué las diferencias anatómicas entre varones y mujeres adquieren tanta significación.
En realidad, sólo se significan las diferencias producidas relacionalmente. Y aunque las feministas recuerden que tales diferencias no derivan de la anatomía, han debido utilizar políticamente la disyunción entre sexo y género, fomentando cierto esencialismo dentro de sus propios cuadros.
No obstante, como la otra cara de la moneda, Jane Flax acerca la interesante proposición de que la barrera natural también se mantiene por la ausencia de movimientos feministas activos, adjudicando a los esfuerzos por implantar un nuevo discurso desde “adentro” de las prácticas sociales, una eficacia similar a la de la cultura existente por fuera del feminismo.
Hasta hace muy poco, el sexo fue una zona tabuada en la que el género expresaba esta barrera natural: sexo / naturaleza / mujer, o cultural / social / varón.
Además de haberse considerado históricamente necesaria para la reproducción, la disyunción naturaleza/ mente parece también instalada en una transvaluación y / o refugio: los modos genéricos de comprender el mundo. Sexualidad y reproducción posibilitan para Flax la superposición de lo natural y lo social, pero también una distinción muy radical entre las dos.
Entonces, y a propósito de instalar al feminismo como un discurso válido en tanto capital simbólico crítico, ¿cómo es que retoma siempre ese viejo ‘vicio’ esencialista que parece ya superado, desperdiciando los ´progresos´ del pensamiento posmoderno?
Lo que del feminismo resulta más revulsivo es sin duda su insubordinación al sistema universal, jerárquico y de poder afianzado en la aparentemente “neutralidad” del androcentrismo y sus productos desde hace milenios. El biologismo es uno de ellos.
Así, parece contradictorio en el interior de la propia teoría feminista apelar, como lo hacen los estudios en género, a la disyunción entre conciencia crítica y acción política con el fin de superar ciertos escollos.
Cada vez que las prácticas sociales apelan a los vínculos biológicos, como la crianza por las madres, la identidad genérica reificada en el sexo, las supuestas características biológicas del sexo, etc., la barrera naturalista se impone con sus fantasmas restrictivos y también protectores. Ha sido más fácil para el posmodernismo corroer el edificio de la filosofía occidental que para las feministas plantear la desigualdad en el sistema de géneros. Es lícito sospechar que no hay un punto de vista externo que nos libre de la parcialidad y la diferencia. Que quizás, una barrera epistemológica se sostiene por los costos sociales y políticos de distanciarse, como lo impone la episteme androcéntrica de la propia experiencia. Son características de la filosofía tradicional, el fundacionalismo y el esencialismo.
Esa barrera natural que permanece casi indeleble, parece señalar una enorme brecha que sí, no puede olvidarse: ¿cómo sostener palabras aún no legitimadas sin el respaldo de gestos acertivos en el sentido de experiencia/ acción performativa?
A pesar de que en muchas sociedades las mujeres posean algo de poder y mucho poder en algunas, ese poder siempre está considerado como ilegítimo, perturbador y sin autoridad: su palabra, sus conocimientos y razonamientos están devaluados. ¿Cómo sostener entonces esas palabras no legitimadas si no es situándose en el sí mismo femenino y en esos cuerpos de mujeres que llevan las huellas de una eficacia simbólica dominante?
Una distancia crítica de las constelaciones de género, que separe la teoría de las prácticas sociales, no volvería a la trampa de la episteme subordinante?
Puede que una apresurada pretensión teórica rechace ciertas experiencias femeninas. Si es así, y siendo entonces objeto, cuando algo no termina de decirse las mujeres insisten recurriendo a sus cuerpos.
Es obvio que el género es uno de los fuertes hilos conductores que intentan superar la cuestión epistemológica de la barrera natural, ese último refugio de lo que la cultura patriarcal se rehúsa a perder.
De muchos modos realimentan el androcentrismo, que la academia ha naturalizado como neutro. Esto, junto a la falta de proyección científica o política de sus producciones científicas, reproduce y afianza sus efectos.
El sistema binario de género, como supuesto científico que ha naturalizado la existencia de dos géneros complementarios, es quizás uno de los supuestos menos cuestionados y casi siempre implicado en la producción de conocimientos.
Revisaré aquí el modo en que el feminismo irrumpió en la episteme androcéntrica para superar su lógica binaria y los obstáculos que encontró dentro de su propia teoría... prácticamente los mismos que por fuera de él.
Veremos cuales son esas razones por las que el feminismo, en tanto pensamiento crítico, tiende a recaer en el esencialismo naturalista que tanto ha combatido.
Para comenzar, aclaremos que “Pensar que el punto de vista de las mujeres es más verdadero que el masculino –como dice Jane Flax- tan sólo porque es acorde al propio interés, acentúa acríticamente la idea de una realidad que la razón perfecta puede descubrir y hacer funcionar”. Supone que los oprimidos no son afectados por su experiencia social. Supone una relación privilegiada con la realidad que está ‘allí afuera’ esperando nuestra representación –y continúa-, supone que en virtud del sexo hay pertenencia a una ‘otredad’, y que las relaciones de dominación arraigadas en la raza, clase u homofobia, pueden superarse sin considerar nuestra implicación subjetiva. Al respecto son paradigmáticas las teorizaciones de Nancy Chodorow o Carol Gilligan.
Flax asiste con optimismo al encuentro de la vasta producción feminista con el pensamiento posmoderno. Este ha posibilitado al canon plantear ciertas cuestiones epistemológicas fundamentales, mientras que los feminismos encontrarán en el posmodernismo cierta legitimación de su discurso.
Ella además nos incita a “comprender y constituir el sí mismo, el género, el conocimiento, las relaciones sociales y la cultura sin recurrir a modos de pensamiento y de ser lineales, teleológicos, jerárquicos, holísticos o binarios” , ya que “internalizamos igual que los varones las concepciones dominantes”.
Y agrega: “por sí sóla la teoría feminista no puede despejar dicho espacio... requiere de contextos filosóficos más amplios...”, aunque reconoce que "... sin las acciones políticas feministas las teorías resultan inadecuadas e inefectivas”.
Para el feminismo, “la necesidad de teorizar sobre el género sólo se hizo patente tras el reconocimiento de las limitaciones de otros tres proyectos”. El proyecto mujeres notables pretendía restaurar las voces de mujeres destacadas; el de la victimología, documentar historias y prácticas actuales de violencia; el de las aportaciones de las mujeres, rescatar la historia y la cultura desde su propia perspectiva. Se trataba, a todas luces, de proyectos políticos.
El registro histórico de los avatares de su sexo como grupo diferenciado, llevó a las feministas a la necesidad de formular el género como categoría teórica y como herramienta analítica para dar a hombres y mujeres concepciones diferentes de sí mismos, de sus actividades y creencias y del mundo que los rodea. Después de todo, la categoría y la experiencia de género se dan por el cruce de diversas relaciones sociales con las relaciones del género.
El género implica una transformación del sexo primario donde cultura y naturaleza sexual encuentran su línea de unión y quiebre en ciertas “ necesidades e impulsos invariantes e invariablemente asociales” vehiculizadas por la pulsión. Es una construcción históricamente desarrollada que implica una posición social, política-económica y subjetiva, que resulta en una polarización binaria subordinada jerárquicamente de la que no es fácil desasirse. Es también y por lo tanto una categoría relacional: no aparece jamás en estado puro sino cruzado con otras variables.
Pero... ¿qué tipo de conciencia o acciones contribuirían a promover otras categorías e interacciones si consideramos que el feminismo partió de una episteme afianzada en relaciones subordinadas?
En 1940 comienza la fase clásica de reflexión feminista con la escritura de El Segundo Sexo, donde Simone de Bouvoir instala esta idea central: “no se nace mujer, se llega a serlo”.
El problema es que con más de medio siglo de acumulación teórica y experiencia militante, los feminismos tienden a reproducir las relaciones que combaten.
De ahí que nos resulte totalmente comprensible que Jane Flax proponga para el estudio de las relaciones de género “... al menos dos niveles de análisis: como pensamiento construido o categoría -que ayuda a descifrar el sentido de mundos e historias sociales particulares-; y como una relación social, que interviene y construye parcialmente en todas las otras relaciones y actividades”.
El recurso de separar en dos vertientes los estudios de género, se basa en la sospecha de que el discurso alimenta, para ser escuchado, lo que desea erradicar. ¿No corre acaso el feminismo el riesgo de ser englobado por la cultura dominante como otro discurso femenino? ¿No estuvo esto a punto de ocurrir, no ocurrió ya, tantas veces?
Por fortuna, los feminismos necesitan responder a necesidades más concretas que su coherencia teórica: deben alojar las inquietudes de las mujeres, lo cual los lleva inevitablemente a descubrir sus propias trampas.
En coincidencia con los tres proyectos de producción teórica antes mencionados, los intereses y avances del feminismo parecen corresponder a tres etapas: reclamos por la igualdad de derechos, reivindicación de la diferencia entre los sexos, y estudios de género, que se abocan a las relaciones intra e inter-géneros. En ellos parece siempre aflorar un obstáculo que Jane Flax conceptualizó como barrera natural.
Barrera natural significa que la causalidad retorna a la equivalencia sexo/ biología/ naturaleza/ género/ mujer como la rueda a la noria. Las feministas socialistas tienen como horizonte extender el concepto de producción a la mayor parte de las actividades humanas incluidas preniez y crianza, antes de desalojar el poder totalitario de la división sexual del trabajo. El feminismo francés y las norteamericanas también llegarán al punto estanco de la disyunción radical entre sexo/ biología/ naturaleza/ género/ mujer, y mente/ cultura/ signo/ varón.
El retorno permanente a estas oposiciones consolidaba las relaciones de dominación al constrenir la complejidad de las prácticas sociales a una preexistente e invariable arquitectura del lenguaje.
Ahora bien, si “toda episteme requiere la supresión de los discursos que amenazan socavar o discrepar con la autoridad del discurso dominante, las relaciones de género, como relación social práctica”, “requieren un examen de los significados de varón y mujer y las consecuencias de ser asignado a uno u otro género dentro de las prácticas sociales concretas... ”.
¿Por qué esas estructuras y significados deben fundarse en la estrecha franja de las diferencias anatómicas?, se pregunta Flax.
Una respuesta rápida asocia las características anatómicas a la reproducción, o la reproducción a las relaciones sexuales, un cierto ajuste entre macho y hembra con un repertorio de significados aparentemente ya dados: pene o clítoris, vagina y pechos..., el sentido de sí mismo como género marcado, distinto y diferenciado, las relaciones de género como categoría excluyente.
A menudo las mujeres representan y / o simbolizan el cuerpo, la diferencia, lo concreto, por las actividades que más se les asocian: nutrición, maternaje, preservación. Su mente parece su reflejo: habría intereses y motivos diferentes en mujeres y varones. Pero también dentro del feminismo las mujeres se han pensado como portadoras exclusivas de la corporalidad y de la diferencia, igualadas por la anatomía femenina y los caminos en que experimentamos nuestra corporalidad, negándole significación, restándole espesura, reduciendo la experiencia de estar vivas y ser parte de la cultura a relaciones de producción o reproducción.
Estos planteos se refuerzan, además, con la idea academicista de que sólo una perspectiva puede ser correcta, revelándonos ser sucedáneos de los procesos que deseamos transformar. Así, las categorías con que pensamos se convierten en totalidades, se constriñen a una ecuación simple y unificada que en verdad es compleja y contradictoria.
Para colmo, desde la metateoría, representar el todo requeriría de un punto exterior, que estaría más allá de nuestra inserción en él, - corrobora Flax- en una especie de mente vacía y transcripta por un lenguaje transparente...
El problema es que el punto desde el cual se construye el pensamiento feminista esta adentro de aquello que pretende derribar. No por debilidad teórica sino porque la categoría de género se presenta en relación con otras variables. Tampoco existe un sólo relato acerca del género, hay muchos, y cada uno de ellos podría resultar exterior a los otros.
Si como toda teoría, la teoría feminista aborda “un cierto conjunto de experiencias sociales y al mismo tiempo las refleja ”... , es deseable -dice Jane Flax- “...tomar una distancia crítica sobre las constelaciones de género existentes.” ¿Porqué, para qué divorciar la conciencia crítica de la acción política?
El canon filosófico aboga por una suspensión de los actos a favor del pensamiento.
Según Flax, el insistente ‘olvido’ que hace recaer las teorías feministas en el esencialismo naturalista se debería a la identificación de las relaciones de género con las diferencias sexuales.
Pero surge un problema particular para un fenómeno tan universal como la dominación masculina: proximidad en la experiencia y distancia en la conciencia no sólo es típica del pensamiento de los hombres, sino que puede tornarse una disyunción difícilmente salvable para el feminismo, aún si pareciera ‘olvidar’ su fundamento más revulsivo: que el género ya no puede tratarse como un hecho simple y natural. Pero tal disyunción es lo más problemático, porque es esencialista y monocausal.
Pero afianzar ese descubrimiento a la vez que se pretende afianzarse como pensamiento político, requiere de una conciencia que remita a la experiencia –por más ilusoria que ésta sea-. Y ésta se inscribe también en el cuerpo, pero no en su “naturaleza biológica”, sino en el cuerpo como soporte material de las huellas de una experiencia histórica y singular, huellas de la inevitable participación en un entramado de relaciones.
Un interesante modelo físico de funcionamiento psíquico a propósito de huellas mnémicas inconcientes, provocadas por experiencias vividas, es el “ Proyecto de una Psicología para Neurólogos”, de Sigmund Freud. Sólo que las preguntas acerca del impacto que produce la experiencia de tener un cuerpo de mujer, no surgen de la biología ni de la medicina sino del feminismo, como tampoco se interrogan sobre porqué las diferencias anatómicas entre varones y mujeres adquieren tanta significación.
En realidad, sólo se significan las diferencias producidas relacionalmente. Y aunque las feministas recuerden que tales diferencias no derivan de la anatomía, han debido utilizar políticamente la disyunción entre sexo y género, fomentando cierto esencialismo dentro de sus propios cuadros.
No obstante, como la otra cara de la moneda, Jane Flax acerca la interesante proposición de que la barrera natural también se mantiene por la ausencia de movimientos feministas activos, adjudicando a los esfuerzos por implantar un nuevo discurso desde “adentro” de las prácticas sociales, una eficacia similar a la de la cultura existente por fuera del feminismo.
Hasta hace muy poco, el sexo fue una zona tabuada en la que el género expresaba esta barrera natural: sexo / naturaleza / mujer, o cultural / social / varón.
Además de haberse considerado históricamente necesaria para la reproducción, la disyunción naturaleza/ mente parece también instalada en una transvaluación y / o refugio: los modos genéricos de comprender el mundo. Sexualidad y reproducción posibilitan para Flax la superposición de lo natural y lo social, pero también una distinción muy radical entre las dos.
Entonces, y a propósito de instalar al feminismo como un discurso válido en tanto capital simbólico crítico, ¿cómo es que retoma siempre ese viejo ‘vicio’ esencialista que parece ya superado, desperdiciando los ´progresos´ del pensamiento posmoderno?
Lo que del feminismo resulta más revulsivo es sin duda su insubordinación al sistema universal, jerárquico y de poder afianzado en la aparentemente “neutralidad” del androcentrismo y sus productos desde hace milenios. El biologismo es uno de ellos.
Así, parece contradictorio en el interior de la propia teoría feminista apelar, como lo hacen los estudios en género, a la disyunción entre conciencia crítica y acción política con el fin de superar ciertos escollos.
Cada vez que las prácticas sociales apelan a los vínculos biológicos, como la crianza por las madres, la identidad genérica reificada en el sexo, las supuestas características biológicas del sexo, etc., la barrera naturalista se impone con sus fantasmas restrictivos y también protectores. Ha sido más fácil para el posmodernismo corroer el edificio de la filosofía occidental que para las feministas plantear la desigualdad en el sistema de géneros. Es lícito sospechar que no hay un punto de vista externo que nos libre de la parcialidad y la diferencia. Que quizás, una barrera epistemológica se sostiene por los costos sociales y políticos de distanciarse, como lo impone la episteme androcéntrica de la propia experiencia. Son características de la filosofía tradicional, el fundacionalismo y el esencialismo.
Esa barrera natural que permanece casi indeleble, parece señalar una enorme brecha que sí, no puede olvidarse: ¿cómo sostener palabras aún no legitimadas sin el respaldo de gestos acertivos en el sentido de experiencia/ acción performativa?
A pesar de que en muchas sociedades las mujeres posean algo de poder y mucho poder en algunas, ese poder siempre está considerado como ilegítimo, perturbador y sin autoridad: su palabra, sus conocimientos y razonamientos están devaluados. ¿Cómo sostener entonces esas palabras no legitimadas si no es situándose en el sí mismo femenino y en esos cuerpos de mujeres que llevan las huellas de una eficacia simbólica dominante?
Una distancia crítica de las constelaciones de género, que separe la teoría de las prácticas sociales, no volvería a la trampa de la episteme subordinante?
Puede que una apresurada pretensión teórica rechace ciertas experiencias femeninas. Si es así, y siendo entonces objeto, cuando algo no termina de decirse las mujeres insisten recurriendo a sus cuerpos.
Es obvio que el género es uno de los fuertes hilos conductores que intentan superar la cuestión epistemológica de la barrera natural, ese último refugio de lo que la cultura patriarcal se rehúsa a perder.
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