lunes, 4 de mayo de 2009

Género neutro. 8- Función encubridora del mito

En 1959, Robert Graves define el mito como una “Ficción alegórica, la cual tiene una fuerza creadora e incluso mágica en que queda impregnado el pueblo que lo crea, rigiendo su vida y su conducta”, al tiempo que destaca su función encubridora.

El psicoanálisis ha tomado de los mitos su vertiente organizadora de la vida psíquica, o sea, el sentido que vehiculizan. “Mitos y símbolos harían la carga de la realidad más liviana, o las ideas más atractivas o aceptables; mitos y símbolos son elementos esenciales de la vida mental. ... constituyen una suerte de disfraz que oculta la realidad, no obstante, la realidad de que se trata no es supranatural, más allá de la naturaleza o responsabilidad humana, sino la realidad del inconsciente individual o universal y, como Freud planteó, la fuente primaria de nuestras motivaciones. Por tanto, haciendo equivalente el mito -producto colectivo y anónimo en su contenido- a las fantasías individuales en las que aflora la verdad del inconsciente, en el seno del psicoanálisis se ha operado una suerte de veneración por lo que el mito expresaría y pondría al descubierto. ” rescata la psicoanalista argentina Emilce Dio Bleichmar.

Pero ...”la función que corresponde al encubrimiento y justificación del poder no ha merecido igual atención. De ahí que en vez de tomarse el mito de Edipo para psicoanalizar su carácter de disfraz y ocultamiento de otra realidad se lo haya elevado al estatuto teórico de dispositivo conceptual que daría cuenta de esa realidad”.

Tomaré de la ciencia ficción un ejemplo de cómo la creación mítica guardará un saber revelador en La mano izquierda de la oscuridad, esa utópica novela que plasma un mundo no edípico.
Ursula Le Guin, su autora, trama el argumento basándose justamente en la función encubridora de los mitos: su “mito orgota de la creación” rige los enigmas de la vida en el planeta Gueden, y la organizan mientras ocultan la violencia implícita en el sistema social que rige allí. Pero obtener la verdad requiere del protagonista un esfuerzo de constancia y fortaleza: la proeza de quien desea iniciarse en la sabiduría consiste en llegar por un camino largo y difícil hasta quienes conservan la memoria de los orígenes.

Un mito orgota de la creación ”es quizás la más poética revelación acerca de cómo la ficción organiza una realidad, y cómo opaca cierta verdad para reforzar el poder cohesivo de esa organización.
Pero la exclusión que enmascara la violencia en este mito no es la del hegemonismo patriarcal -como ocurre en muchas tragedias griegas-. Por el contrario, esta ficción nos ofrece un mito que encubrirá la tendencia homosexual y feminicida de las relaciones basadas en el sistema binario de géneros.

El temor que infunde este mito orgota, extendido a la endogamia y por lo tanto al incesto, garantizará en Gueden la creación de un campo de relaciones entre semejantes que sin necesidad de apelar a diferencias jerárquicas, se mantendrán a salvo de los riesgos de la dualidad.

Todavía suena raro, pero no es la única vez aunque parece casi la primera que alguien señala un funcionamiento no simbiótico en las relaciones diádicas.
Dentro del psicoanálisis, una heredera de M. Klein y Winnicott, Jessica Benjamín, sostiene esa postura.
Para ella ...“la estructura de complementariedad heterosexual entraña un sacrificio del lado propio edípico de la exclusión. El sujeto llena la posición del otro con la experiencia del sí mismo repudiada –Otro amenazante-“[...] “el objeto encarna las partes de sí mismo escindidas.”[...] ,“el enfoque de que el sí mismo se construye a través de la posición genérica produce confusión o angustia, un “falso sí mismo de estabilidad genérica”[...] “al establecerse como independiente, el sí mismo debe reconocer al otro como un igual, para ser reconocido por este otro”.

Le Guin otorga así a su sociedad un radio de acción más amplio que el permitido por el patriarcado, pues en la lógica de la fratría no hay hegemonía, -como en el sistema de géneros-: las diferencias son equivalentes y mediadoras entre quienes conservan igual jerarquía.
Ella nos da una pista de cómo piensa las diferencias en su traducción del Tao Te King dice: “Yi", uno, el uno, la unidad, la singularidad, la integridad” aparece aquí traducido como “íntegro, integridad”... “demasiados carruajes son lo mismo que ninguno”, y de ahí recogí la idea de la multiplicidad opuesta a la singularidad o a la integridad de la que se habla en las primeras estrofas...”

La novela anticipa entonces la idea de que “la normatividad de la gran teoría es también su limitación...”, y que aún “... siendo el discurso una compleja red de efectos de verdad interrelacionados, las relaciones interpersonales exceden el poder de codificación de la teoría.” De este modo Ursula Le Guin otorga primacía a la diversidad sin dejar resquicio a la endogamia, el incesto o la desvinculación mortífera de los otros, nuestros semejantes.
Robert Graves había insistido mucho en que aún en las muchas versiones de un mito, sus reajustes narrativos mantienen como “regla un disfraz político de la violencia”.

Igual que en las grandes esperanzas políticas, la utopía propuesta por Ursula Le Guin es que la diversidad -terreno fértil para el conocimiento e intercambio-, liberará a las personas de los condicionamientos, la estrechez y la subordinación que vehiculiza el sistema binario de géneros. De ser posible esa liberación, sus efectos se manifestarían no sólo en el reconocimiento mutuo y en relaciones más equitativas, sino en una sexualidad más laxa y también en una imagen corporal mutante, según una trayectoria compartida y acorde a los propósitos de cada participante de la relación.

A juzgar por lo que ocurre hoy, los efectos performativos del logos sobre el cuerpo sexualizan las diferencias en una diversidad bastante más laxa que la heterosexualidad. La pena es que esto no vaya acompañado por relaciones más equitativas y menos rígidas. Paradójicamente, el reconocimiento mutuo no parece acercarnos solidariamente, sino generar un reforzamiento defensivo de las fronteras de cada cual, que deslinda normalidades y perversiones con pasmosa liviandad. Tal vez porque nuestro mito de origen moderno, el de Edipo, continúa en su torre de marfil académico, estructuralista y psicoanalítico, tan intocado como para utilizarlo paródicamente hasta el hartazgo sin darnos demasiada cuenta.



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