martes, 5 de mayo de 2009

Familia: 3- El horror al incesto como estrategia de encubrimiento

En la New Larousse Encyclopedy of Mythology, Robert Graves (1959), plantea dos funciones del mito. Por un lado, al tratarse “... de una ficción alegórica, en cuya fuerza creadora queda impregnado el pueblo que lo crea, rigiendo su vida y su conducta”, el mito vehiculiza un sentido colectivo y organizador. Esta es la vertiente a la que se aferró el psicoanálisis, porque en ella aflora una verdad relativa a fantasías inconscientes. Pero Graves menciona también una función encubridora. Aquí nos ocuparemos fundamentalmente de ella.
El mito que nos ocupa dice que Edipo, hijo de Layo y de Yocasta, fue abandonado al nacer porque un oráculo predijo que mataría a su padre y se acostaría con su madre; Layo intenta evitar este desenlace ordenando matar a su hijo, pero la tragedia ocurre igualmente. ¿Qué más violencia podría enmascarar este relato parricida y perverso?


¿Qué Edipo?

Hagamos el ejercicio de buscar lo que todavía permanece oculto.
Por ejemplo: ¿porqué Layo no pone en duda la predicción del oráculo?
Es evidente que la compulsión heterosexual de Layo no le permite desestimar que un hijo seducirá a su madre: Edipo es varón y ella mujer aunque sean madre e hijo y la asimetría jerárquica y generacional del vínculo previo obstaculice las relaciones sexuales.
Layo no confía en el vínculo paterno-filial ni en el maternal; sólo se le aparece el peligro de la competencia sexual.
Cuando todo comienza, Edipo carece de fantasías incestuosas: apenas ha nacido.
No es el oráculo, sino Layo con su fantasma incestuoso, quien impulsa todas las acciones que van a restringir el radio posible de los intercambios familiares al intercambio sexual. Sólo así resulta lógico su temor al incesto.
Vemos cómo la narratividad del mito apela a la simetría entre dos varones, padre e hijo: el conflicto es entonces por el dominio masculino.
Hasta podría decirse que ésta es una versión moderna del mito... acorde a la época de Freud, cuando las monarquías estan ya muy cuestionadas, ya ha nacido la sociedad burguesa y con ella, una familia acotada al ámbito privado y formada por la pareja parental y los hijos.

Pero el mito no ofrece una única lectura. Otras menos centradas en las intrigas familiares son más políticas, y sugieren esa vertiente organizadora donde el mito, como aparato de explicación, proporciona una visión moral que va más allá de lo individual: da sentido y hace más comprensibles los límites que contienen una sociedad.
¿Qué misterio se preserva con la filiación distorsionada de Edipo?

La monarquía de Tebas era altamente inestable. Los reinados se habían sucedido violentamente. Para Layo, Edipo es un competidor por el trono de Tebas, un trono que en realidad no le pertenece enteramente ni a él ni a quien lo heredaba: su esposa Yocasta. Porque la genealogía materna de ambos no es la adecuada, pero él además ha cometido algunos hechos oscuros que oculta.
La lógica le obliga entonces a asegurarse el poder no sólo con la exclusión del hijo de Yocasta: necesita también excluir a la reina, -la madre-, no sólo de la genealogía sino de la legitimidad. Aunque la violencia de estas exclusiones queda velada por la del parricidio y el incesto, pasando a un segundo plano las cuestiones de la filiación y la maternidad.En este mito muy particularmente, se invisibiliza la genealogía materna y se naturaliza una autoridad paterna incuestionable, monolítica...

En realidad, el de Edipo parece un mito destinado a afianzar socialmente un rotundo reforzamiento del patriarcado.
Pero la impactante trama del incesto oculta el hecho de que Layo desea la sucesión en el poder más allá de la legitimidad de la genealogía femenina.
Yocasta ocupa respecto de ambos varones posiciones asimétricas aunque equivalentes, pues los dos se legitiman por su parentesco con ella. No obstante, es la madre de Edipo y de Layo, la esposa... diferencias de jerarquía no tenidas en cuenta.
Madre y esposa sólo pueden conjugarse en una por el incesto, que de consumarse amenazará la integridad moral de la reina, la autoridad de la maternidad y... ¡el poder de su reinado!

Es el tema de las jerarquías–terreno áspero para el reconocimiento mutuo- y no el de la filiación, el que modulará entonces la amplitud de los intercambios en la familia real llevándonos indeclinablemente hacia el incesto: porque este no es posible sin transgredir las jerarquías, transgresión en la que todos los familiares están involucrados.
¿Porqué?

El mito resuelve una cuestión muy importante que amenazaba la capacidad de los símbolos para apaciguar a la sociedad y organizar su gobierno: el de la sucesión en el trono, y saber cómo el hijo del rey se convertirá en rey y tomará el lugar del padre sin chocar con él ni marginarlo.
Que la aparición de este mito coincida con un momento de afianzamiento del patriarcado como sistema de organización social, no significa que el patriarcado sea un orden universal, el único posible y el más saludable, sino más bien lo contrario, o sea que el mito se vuelve necesario para mantener la cohesión social en torno a ese orden.

Continuemos con el análisis: Yocasta y Layo entonces son los reyes de Tebas y Edipo proviene de otra casa real -la de sus padres adoptivos-, pero la genealogía de la casa de Tebas está alterada. Layo es un sucesor legítimo, su padre fué el rey, pero su madre tiene otra genealogía, es espartana. Yocasta, por línea paterna desciende de la misma rama que Layo, pero su línea materna también está emparentada con los descendientes de la tierra y la oscuridad, como la madre de Layo.
Cuando Layo tiene un año, el trono queda vacante pues muere su padre, y él es alejado, enviado al exilio. El rey de Corinto lo refugia y lo trata como a un hijo, pero Layo no le devuelve la amabilidad. Enamorado del hijo, Layo lo violenta para lograr su amor y el joven se suicida.
Sobre Layo cae entonces la maldición de que su estirpe será aniquilada.

Además Layo teme ser desplazado del trono. Es un fantasma pertinente, pues por ser un niño lo ha sido. Además, de persistir en sus amores homosexuales no tendrá descendencia, y vuelve a Tebas donde lo reciben con júbilo: en medio de una gran inestabilidad política, él reaparece como un sucesor legítimo, se casa con Yocasta. Ella como él, tiene un origen doble. Entonces se les hace difícil asegurarse en línea recta la sucesión al trono.
Por eso Layo consulta al oráculo, quiere saber cómo tener un primogénito, pero éste le dice: si tienes un hijo, te matará y se acostará con su madre.

Vemos así el destino de Edipo está fijado antes de su nacimiento. Pero es el padre quien habilita ese destino, cuando trasmite a su hijo en vez del trono una maldición y una deuda social que él evita pagar a toda costa.
¿Qué deuda? En lo político Layo es cuestionable; pesa sobre él la muerte del sucesor del trono de Corinto. Pero en la intimidad, las posiciones de Yocasta y de Edipo son frágiles y facilitan el desenlace trágico: por subordinación femenina, ella deberá desprenderse de su hijo; y porque Edipo desconoce su verdadera filiación, no sabrá que ella es su madre.

A esta altura, los condicionantes de la tragedia ya estan jugados: la falta de reconocimiento, la transgresión y la violencia de Layo son patentes y trazan un camino sin salida.
La heterosexualidad compulsiva del padre, de la que Edipo es víctima, anula la diferencia jerárquica entre madre e hijo: expulsado de la línea sucesoria y privado de su verdadera filiación por temor al incesto, Edipo puede encontrarse con su madre como partenaire en una pareja sexual. Por otro lado, la transgresión de las jerarquías familiares y el desconocimiento del derecho y el deseo materno, hacen que para Layo su hijo no pueda ser otra cosa que su competencia.

Sin estos precedentes todo sería inútil o paradójico. Edipo no tendría porqué ser temido por su padre ni porqué casarse con su madre: ya estaba previamente relacionado con ella como hijo; tampoco necesitaría desposarla para acceder al trono de Tebas, que le corresponde por línea sucesoria.
Pero con el fin de plasmar un contenido, la narrativa requiere a veces del absurdo. Entonces: la violencia encubierta por la línea argumentativa del incesto, es la de la imposición masculina por sobre la madre y el hijo, en una brutal reafirmación del patriarcado.

Es evidente que los elementos narrativos obedecen a cierta eficacia.
El mito se revela así como una ficción que al ocultar cierta verdad refuerza el poder cohesivo de la organización patriarcal todavía inestable de Grecia.
Robert Graves había insistido mucho en que las distintas versiones de un mito, sus reajustes narrativos, siempre mantienen como “ regla un disfraz político de la violencia”.
Vemos que la sucesión masculina en la soberanía de Grecia es un sistema político que necesita afianzarse y se expresa en este mito, reforzado con el de Clitemnestra para advertir sobre los peligros del matriarcado, (hija de Zeus y de Leda, hermana de Helena y esposa de Agamenón que engaña a su esposo con Egisto y lo asesina a su regreso a Troya), y el de Antígona, la hija mujer entregada a los designios de los varones de su familia (hija de Edipo que arriesga su vida por enterrar dignamente a su hermano y acompaña a su padre ciego al exilio).

El origen de ambos mitos parece coincidir con el afianzamiento de la sociedad griega en un Estado fuerte, que reafirma el patriarcado y para asegurar una sucesión ordenada requiere de la heterosexualidad normalizada con una identidad sexual estable según una trayectoria fija.
Podría decirse que los mitos aquí mencionados aseguran la subordinación femenina, ya bastante consolidada con la exclusión política de la genealogía femenina en la figura de Yocasta.

Ahora bien...¿cómo este mito de la antigüedad cobró resonancia para el psicoanálisis? Obviamente, porque aborda la conflictiva generada dentro de la familia por la oposición binaria y jerárquica de género, perfectamente establecida dentro de la sociedad moderna.
Es posible que para Grecia, la prohibición del incesto haya contribuido no tanto a estabilizar la subjetividad en la filiación, sino el estado patriarcal, y que para ello la organización haya debido naturalizar por medio de estos mitos la subordinación de las mujeres.

El mito marca entonces el espectro de transgresión prohibido, aquello que ahora excede su organización social: una madre es alguien con quien su hijo, -aún siendo objeto de un amor intenso- no tiene relaciones sexuales... porque su hijo no debe competir por el poder con su padre, por más ilegítimo que sea y por más hostilidad que le despierte.
Por otra parte, en Edipo la heterosexualidad desplaza la homosexualidad previa de Layo e invade compulsivamente las categorías padre, madre e hijo. La prohibición del incesto recorta y prioriza brutalmente la heterosexualidad sobre la homosexualidad en la genealogía. Y como la necesidad tiene cara de herege, oculta la homosexualidad masculina y la incumbencia materna respecto del hijo.


Edipo reinicia: los retornos del mito

El mito soportó con solvencia dentro del parentesco las limitaciones de la sociedad victoriana, efecto -entre otras cosas- de la sexualidad enajenada de varones y mujeres.
Dentro del psicoanálisis, vía el Complejo se consolidaron:

- una versión ‘cultural’ del sexo ‘natural’: el matrimonio, figura de la sexualidad
reproductiva, socializada y catalizadora de otras múltiples e infértiles tendencias sexuales.

- un escenario ‘natural’ para la ‘evolución’ del infante: la familia burguesa, en la que se instalaron los personajes de la madre, el padre, el hijo, etc.

- un deseo heterosexual idealizado, transfigurado en la ‘sociedad conyugal’: encuadre rígido del polimorfismo sexual que desconocerá, en tanto la sociedad oculta, las exclusiones, opresiones y subordinaciones generadas por esa idealización.

- la hiperlibidinización del ‘mundo masculino’a expensas de una marcada desvalorización del femenino: disociación ‘natural’ y ‘evolutiva’ de la líbido bisexual. La sexualidad femenina entonces, no satisfecha pero insubordinada, se delataría por la envidia del pene y el complejo de masculinidad; por la dificultosa sujeción a las normas presente en la dolorosa e interminable resolución de la castración; y por un monto libidinal enfermizo y virulento desviado hacia la meta más acotada y productiva de la maternidad.

- una pareja parental formada por ‘un padre –varón- y una madre –mujer-’: que darán
apoyo a la disyunción binaria de la líbido en un deseo femenino y otro masculino bien diferenciados y opuestos, cada uno ‘fijado’ o‘deseado’ respectivamente en el objeto de identificación o en el de la elección sexual.

- la represión de una ‘fantasía infantil de amor hacia el progenitor del sexo opuesto’: figuración fantasmática de la sexualidad parental incestuosa desplazada sobre la subjetividad de los hijos a una forma activa que será prohibida.

- la hipernaturalización de las ‘posiciones simbólicas del sexo binario’ dentro del patriarcado: traspuesta en ley superestructural del inconsciente.

- un ‘conflicto inconsciente’: locución poco riesgosa y bien disciplinada
acerca de lo ‘traumático’ sexual. El momento de elaboración del Complejo de Edipo coincide con el del abandono de la teoría de la seducción, primera explicación causal de las neurosis.

Desde el esencialismo culturalista, el complejo de Edipo se erigió en " el principio de la autoridad y del logos separador sobre el cual siempre se fundó la familia”, universalizada por el estructuralismo y convertida por el psicoanálisis en paradigma de la "resistencia a la tribalización orgánica en la sociedad mundializada" ( según E. Roudinesco).
El peso normativizante de aquel modelo ‘familiar edípico’ no sólo connota la ‘filogenia’ psicoanalítica, sino el reduccionismo que implica su aceptación acrítica... en contraposición con la promiscuidad moral y conceptual de que se acusa a las sexualidades más erráticas, desvinculadas de la reproducción.

Algo semejante a lo que ocurre cuando Judith Butler menciona el grado de interdependencia y corporativización alcanzado entre el poder y la institución matrimonial: “... los “actos”realizados en nombre del uno o del otro son articulados en el idioma del otro...”

Edipo fue entonces un ‘libreto’ apropiado para la necesidad de hallar cierta tendencia más allá de cada una o uno. Luego devino hegemónico, y el falo fué el eje de todas las diferencias y del reconocimiento acrítico de su primacía la medida de toda normalidad.
¿Cómo explicaría el psicoanálisis esas identidades genéricas más bien inestables, esas sexualidades transgénero, o esos cambios de identidad genérica tardíos? Por la perversión. Porque si el modelo único es heterosexual, no queda otra opción para considerar los acuerdos sexuales o parentalidades no sujetas a la heterosexualidad.


La familia de Edipo

Freud había intentado ‘corregir’ ciertos forzamientos teóricos notorios en el caso de las mujeres, porque ciertas cuestiones clínicas no cuajaban al tomar como eje la heterosexualidad, sobre todo en los ‘tramos’ donde las categorías dicotómicas y estancas no tenían coherencia respecto a la clínica, en esos tramos que creyó de difícil ‘pasaje’, donde las categorías debían tornarse más lábiles porque sin cierta flexibilidad el modelo teórico no resistía los hallazgos en la subjetividad femenina.
El problema es que, esa labilidad quedó adscripta no a la teoría, sino a la femineidad: en el abandono de la madre como objeto de amor y su recuperación como objeto de identificación; en el supuesto ‘pasaje’ de la ‘actividad fálica clitoridiana’ a la ‘pasividad vaginal femenina’; en un superyó insuficiente y débil por su pasaje desde la sujeción a la autoridad paterna hasta su efectiva introyección; en la reactivación de una sexualidad castrada para la realización materna; en las paradojas de la actividad de una sexualidad pasiva.

El psicoanálisis, al introducirse por las laxas rendijas del siglo XXI desde la época victoriana, continúa insistiendo en pescarnos ‘in fraganti’, estigmatizando condiciones que antiguamente se consideraban anormales y patologizando las múltiples posibilidades de arreglos familiares y de placer sexual que asoman entre el divorcio, la píldora y las sexualidades diversas. Como si por animarnos ¡finalmente! a salir de la alcoba para dar rienda suelta a un repertorio un poco más amplio de sexualidad permitida, estuviéramos atacando inconscientemente –y ya adultos- el sacro matrimonio celebrado con fines reproductivos entre el poder y la heterosexualidad.
Tal sacralidad no deja de aludir a la ‘heregía’ biológica, social y normativa que supone desligar a la familia de una obligatoria heterosexualidad.

La razón tiende sus trampas: igual que los mitos, ciertas teorías se independizan de su tiempo y viven un presente demasiado autónomo. Lo que de ellas queda es producto del olvido, de las resistencias y fragilidades con que ejerce su oficio de autor, mientras hechos y palabras continúan tallando en la memoria.
Tratándose de huellas, la tentación es ordenarlas en una remodelación inteligible con lo que cada quien asume como propio: de la historia, ciertos relatos se integran a un relato personal y sirven para darle base ‘real’, volviéndolo, entre tanto, familiar. Otras versiones conforman una visión plural y colorida, nos muestran figuras impensadas desde nuestra pobre visión unilateral.
Así, los relatos se multiplican, añadiendo cosas que modifican definitivamente a aquel que fuera el Edipo del ‘çomplejo’, hoy por hoy apenas un protagonista más del relato freudiano que es casi un mito también.

Conviene aquí aclarar que los estudios antropológicos de parentesco se superpusieron con los psicoanalíticos, y ‘definen’ como vínculos familiares necesarios los consanguíneos y de afinidad. Pero no hay razón para que esto continúe igual.
Una definición de familia lo suficientemente amplia como para que acepte las variantes sexuales posibles sin alterar o patologizar el contenido, podría tomarse de J.Butler. Para ella, la familia esta compuesta por quienes llevan a cabo las prácticas sociales que atañen a la reproducción de la vida humana y a los requerimientos de la muerte, que no siempre coinciden con los personajes supuestamente designados para tales circunstancias.


¿Qué dice la antropología?

Para apuntalar su teoría del inconciente, Freud recurrió a la mitología y a datos etnográficos de su tiempo.
La universalidad del complejo de Edipo y el mito de la horda primitiva, que él retomó, fueron recibidos con cierta hostilidad por los antropólogos, pero igualmente tuvieron una fuerte influencia”. Se trataba de mitos que respondían a las configuraciones sociales del patriarcado, representando muy bien las relaciones familiares con que el psicoanálisis se encontró en Viena, y que articularon lo individual con lo colectivo. Fueron entonces tomadas por los fundamentos de la subjetividad.

Edward Sapir, procuró establecer en eso que hoy se llama ‘socialización’, las sutiles interacciones entre los sistemas de ideas que se instituyen en el individuo y los sistemas de ideas de una cultura global, teniendo en cuenta “las necesidades físicas y fisiológicas del organismo individual ”.
Subyace la idea funcionalista o adaptacionista de que “el sentido personal de los simbolismos de la subcultura individual es reafirmado de contínuo por la sociedad, o al menos así lo cree el individuo. Cuando es evidente que deja de hacerlo, aquel pierde su orientación: le queda un sistema de inferior calidad que lo aliena de un mundo imposible ”.

Por lo tanto la socialización sirvió para explicar la distribución jerárquica y estereotipada de roles sexuales, la división sexual del trabajo, y la reproducción del sistema binario que sustenta el poder patriarcal. No obstante, “El estímulo teórico y metodológico para el estudio sistemático de la socialización”, había comenzado con una controversia sobre ‘cultura y personalidad’:

“En 1920, A. Kroeber, en su reseña sobre Tótem y tabú publicada en American Anthropologist, rechazó ese método freudiano de apoyarse en analogías entre evolución cultural y biológica para formular la tesis de que “los comienzos de la religión, la ética, la sociedad y el arte se conjugaban en el complejo de Edipo. Como muchos otros antropólogos de su tiempo, no veía base científica en la tesis según la cual la larga historia de los experimentos humanos en la creación de instituciones había empezado, por así decir, con un parricidio en la ‘horda primordial’ ”.

El psicoanálisis igual insistió en explicar lo común y lo singular del humano en relación a la transmisión de normas y valores en la conducta, y a la formación del carácter personal, social y nacional por medio de los procesos de socialización y de los procesos inconcientes. Tanto que veinte años después Kroeber, instado por los antropólogos, volverá a revisar su apelación a Tótem y tabú, insistiendo en investigar mejor el ciclo de vida de los individuos dentro de cada cultura:

Como primer antropólogo que investigó el papel de lo inconciente en los pueblos no europeos, [....] Bronislaw Malinowski procuró verificar la universalidad del complejo de Edipo, averiguando los procesos de socialización entre los isleños trobriandeses del Pacífico occidental. Llegó a la conclusión de que [...] era sólo uno de los complejos nucleares que podían llevar a estructurar los afectos familiares primarios de una manera característica para la cultura en cuestión [...] sentimientos ambivalentes, como los dilucidados por Freud entre padre e hijo varón en una familia nuclear patriarcal, se comprobaban entre el hermano de la madre y el hijo varón de esta en los grupos familiares matrilineales [...] Este deslizamiento del objeto amor-odio primario, del padre al hermano de la madre, y otros descubrimientos que apuntaban en igual sentido –como la prominencia del tabú del incesto entre hermano y hermana-, reafirmaron a Malinowski en su opinión sobre el carácter no universal del complejo de Edipo y dieron pábulo a su famoso debate con Ernst Jones acerca de este asunto.”

Actualmente, la psicoanalista argentina Emilce Dio Bleichmar rescata estudios que cuestionan el Edipo y la diferencia sexual como organizador central del sujeto psíquico. Para fundamentar su posición y huir del esencialismo, cita a Kohut (1981), que plantea dos vías evolutivas independientes y simultáneas: la de la líbido narcisista y la líbido objetal. Para hacerlo ella acude a investigaciones no incorporadas a la corriente legitimada por el pensamiento psicoanalítico y cuestiona el patrón androcéntrico como norma del desarrollo, junto con las tesis acerca de una femineidad primaria o de una diferenciación a partir del varón, así como el reconocimiento de la diferencia sexual como condición ineludible para un psiquismo normal.

En este sentido, el cambio de paradigma al que el psicoanálisis se resiste “... no reduce la organización del psiquismo, ni la construcción del sujeto psíquico a la sexualidad”. Por otro lado, ella toma de Daniel Stern (1985,1995) su formalización de la constelación maternal, esa nueva y única – no biológica-, “organización psíquica de gran magnitud y durante un período importante pero transitorio, cuyas preocupaciones son la vida, el crecimiento, y si será capaz de mantener al hijo con vida y hacerse querer”.

Todas estas investigaciones contribuyen a la afirmación de que las bases para el reconocimiento mutuo y la diferenciación, la identidad y la subjetivación, se establecen durante la interacción subjetiva entre adulto e infante: “Todas las estructuras psíquicas se desarrollan a partir de una matriz relacional que comienza en torno al vínculo de apego" (Ainswoth,1991; Beebe, 1997; Buchsbaum y Emde,1990; Fonagy. 1999; Main, 2000)”
Esta idea ya había sido desplegada por Jessica Benjamín, psicoanalista norteamericana de la Middle School ( en la línea de Winnicot), quien asegura: “... no hemos advertido en forma suficiente el carácter cuestionador que estos planteos presentan, con respecto a una de las “piedras fundamentales” del edificio teórico del psicoanálisis: la sexualidad concebida como motor principal del psiquismo.”

El ejercicio de la sexualidad en la posmodernidad, sin “... desconocer la relevancia de la intimidad sexual de los padres y el impacto psíquico de la escena primaria para la subjetividad del infante, pero cuestiona su hegemonía para la organización psíquica...”
Los especialistas coinciden en que “ambos progenitores pueden ser figuras efectivas, protectoras y modelos de autonomía para sus hijos,...la identificación a la madre no se hallará tan marcada por la complementariedad genérica y no se usa al padre para negar la dependencia amorosa y las necesidades de apego.”

Dio de Bleichmar agrega que: “...se va abriendo paso... la complejidad de los sistemas motivacionales que interactúan entre sí –apego, hetero / autoconservación, sexualidad /sensualidad, narcisismo-, del papel de la agresividad ..., de los múltiples tipos de procesamientos inconscientes... que organizan esos contenidos y reciben la influencia de éstos, etc.” Y arriesga aún más:
“... durante el desarrollo la normativización de género introduce un proceso de escisión en complementariedad que convierte a los hombres en sujetos y a las mujeres en objetos. Polarización que rompe la tensión necesaria entre la autoafirmación y el reconocimiento mutuo y que se expresa de múltiples formas siendo la más conocida aquella que afecta a la sexualidad”.

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