lunes, 4 de mayo de 2009
Género neutro. 3- Más allá del sistema binario
“La mano izquierda de la oscuridad”, maravillosa novela escrita por Ursula K. Le Guin, analiza en clave de ciencia ficción muchos de los tropos y paradojas surgidos de las identidades genéricas: los confusos deslizamientos entre sexo y género, la filiación y la condición parental, la hegemonía y la subalternidad ..., etc. Los disloca, los cuestiona, resitúa las subjetividades corporizadas y traza nuevos mapas que ofician como límite no tanto en aquello aún no representado, sino en lo irrepresentable dentro de determinado esquema de representación.
En los años ’40, el antropólogo Alfred Kroeber, padre de la autora, documentó a los berdaches de Norteamérica, uno de los ejemplos más citados en la bibliografía y el más utilizado al defender la hipótesis de un tercer sexo.
El término "berdache" fue acuñado en el s.XIX, por los antropólogos norteamericanos. El uso de ropas del sexo contrario fue el marcador más visible, aún cuando se haya observado a berdaches llevando prendas que no pertenecían a uno ni otro sexo y algunos llevaran ropas del sexo opuesto sólo en algunas ocasiones. Igual variación se observó respecto de la orientación sexual. Algunos tenían su pareja no berdache del mismo sexo, otros parecían ser heterosexuales y otros bisexuales.
El rol berdache fue reevaluado en la década del sesenta y parte de la siguiente por estudios feministas entre otros, con un relativo consenso de que los rasgos más destacados del berdache son tanto de carácter religioso y económico como relativos a una variación de género.
Según la opinión de Roscoe (1996), el estatus berdache constituyó una categoría de género reconocida culturalmente como tal, que no puede ser explicada por un modelo dualista. Roscoe dirá que este modelo no daría cuenta de los atributos y conductas berdache que no implican trasvestirse, así como tampoco explicaría de qué modo se combinan propósitos masculinos, femeninos, pero también otros específicamente berdache. Los términos nativos usados para hablar del berdache eran ” mujer / varón”, “mujer vieja / varón viejo”.
Roscoe ve en un paradigma múltiple de género la posibilidad de deconstruir el carácter jerarquizado que guarda el sexo con el género, donde este género no es una categoría distinta ontológicamente sino una mera reiteración del sexo.
Más que aspiración de simetría, el uso del neutro que hace Ursula Le Guin pareciera indicar que para la autora -no así para las feministas anglosajonas de su tiempo-, la diferencia entre sexo y género tiene sobre todo un sentido político. Acerca de las formas en que el poder se acumula, Irene Meler (2000) subraya “Vemos entonces que el cuerpo, sustancia gozante y padeciente, recibe y reproduce las improntas de las regulaciones elaboradas en el grupo humano que lo precede y contextúa, reglas que cristalizan las respuestas colectivas ante los desafíos de la supervivencia general, las que incluyen la perpetuación o innovación en los arreglos de poder vigente” .
Para Le Guin, generizar sería permitir una, aunque fuera sólo una hegemonía y condición de supervivencia de otras subordinaciones. Por eso los guedenianos ven peligroso aliarse con el Ecúmen, porque en él el ideal de equidad convive con el sistema binario de géneros.
Un sistema igualitario de géneros debería modificar necesariamente el resto de las relaciones: en su novela, Le Guin crea otro mundo.
Nuestro extrañamiento ante la ausencia de jerarquías, vuelve para nosotros tan paradójicas las relaciones entre los protagonistas, que por momentos tenemos la sensación de estar no sólo en un espacio inexistente, sino ante a una sexualidad descorporizada. “ En un paradigma de género múltiple, los marcadores del sexo son vistos como no menos arbitrarios que las elaboraciones socioculturales del sexo... las identidades de género y los roles de género.” No todas las culturas reconocen los mismos marcadores del sexo y no todas perciben las marcas anatómicas como naturales y contrapuestas a un dominio distinto de lo cultural. Entre los zuñi, por ej., el sexo de un niño requería una serie de intervenciones. Antes del nacimiento los padres hacían ofrendas para influir en el sexo del feto... Después del nacimiento, las intervenciones intentaban influir en el sexo físico...” dice Josefina Fernández en "Cuerpos desobedientes". Tal vez, sobre todo porque estamos acostumbrados a un elaborado código de marcadores sexuales jerarquizados.
Pero en la novela, en sus cuerpos sin sexo aparente, el erotismo se corporiza en identidades genéricas cambiantes y moduladas por una multiplicidad de intercambios sociales.
El género neutro sugiere así la equidad en una sociedad fraterna. Allí, para ese orden múltiple, diverso y no jerárquico, la zona abyecta sería la del dualismo y el aniquilante juego de dominación en el que éste se sostiene.
A propósito, Judith Buttler acuñó el concepto de ´cuerpos abyectos´. Este concepto se referiere a aquello que resta de lo producido por un sistema hegemónico. Para ella, ...”la abyección (en latín ab-jectio) implica literalmente la acción de arrojar afuera, desechar, excluir y por lo tanto, supone y produce un terreno de acción desde el cual se establece la diferencia. Aquí la idea de desechar evoca la noción psicoanalítica de Verwerfung, que implica la forclusión que funda al sujeto... produce la socialidad a través del repudio de un significante primario que produce un inconsciente o, en la teoría lacaniana,... la noción de abyección designa una condición degradada o excluida dentro ... de la socialidad...”
En los años ’40, el antropólogo Alfred Kroeber, padre de la autora, documentó a los berdaches de Norteamérica, uno de los ejemplos más citados en la bibliografía y el más utilizado al defender la hipótesis de un tercer sexo.
El término "berdache" fue acuñado en el s.XIX, por los antropólogos norteamericanos. El uso de ropas del sexo contrario fue el marcador más visible, aún cuando se haya observado a berdaches llevando prendas que no pertenecían a uno ni otro sexo y algunos llevaran ropas del sexo opuesto sólo en algunas ocasiones. Igual variación se observó respecto de la orientación sexual. Algunos tenían su pareja no berdache del mismo sexo, otros parecían ser heterosexuales y otros bisexuales.
El rol berdache fue reevaluado en la década del sesenta y parte de la siguiente por estudios feministas entre otros, con un relativo consenso de que los rasgos más destacados del berdache son tanto de carácter religioso y económico como relativos a una variación de género.
Según la opinión de Roscoe (1996), el estatus berdache constituyó una categoría de género reconocida culturalmente como tal, que no puede ser explicada por un modelo dualista. Roscoe dirá que este modelo no daría cuenta de los atributos y conductas berdache que no implican trasvestirse, así como tampoco explicaría de qué modo se combinan propósitos masculinos, femeninos, pero también otros específicamente berdache. Los términos nativos usados para hablar del berdache eran ” mujer / varón”, “mujer vieja / varón viejo”.
Roscoe ve en un paradigma múltiple de género la posibilidad de deconstruir el carácter jerarquizado que guarda el sexo con el género, donde este género no es una categoría distinta ontológicamente sino una mera reiteración del sexo.
Más que aspiración de simetría, el uso del neutro que hace Ursula Le Guin pareciera indicar que para la autora -no así para las feministas anglosajonas de su tiempo-, la diferencia entre sexo y género tiene sobre todo un sentido político. Acerca de las formas en que el poder se acumula, Irene Meler (2000) subraya “Vemos entonces que el cuerpo, sustancia gozante y padeciente, recibe y reproduce las improntas de las regulaciones elaboradas en el grupo humano que lo precede y contextúa, reglas que cristalizan las respuestas colectivas ante los desafíos de la supervivencia general, las que incluyen la perpetuación o innovación en los arreglos de poder vigente” .
Para Le Guin, generizar sería permitir una, aunque fuera sólo una hegemonía y condición de supervivencia de otras subordinaciones. Por eso los guedenianos ven peligroso aliarse con el Ecúmen, porque en él el ideal de equidad convive con el sistema binario de géneros.
Un sistema igualitario de géneros debería modificar necesariamente el resto de las relaciones: en su novela, Le Guin crea otro mundo.
Nuestro extrañamiento ante la ausencia de jerarquías, vuelve para nosotros tan paradójicas las relaciones entre los protagonistas, que por momentos tenemos la sensación de estar no sólo en un espacio inexistente, sino ante a una sexualidad descorporizada. “ En un paradigma de género múltiple, los marcadores del sexo son vistos como no menos arbitrarios que las elaboraciones socioculturales del sexo... las identidades de género y los roles de género.” No todas las culturas reconocen los mismos marcadores del sexo y no todas perciben las marcas anatómicas como naturales y contrapuestas a un dominio distinto de lo cultural. Entre los zuñi, por ej., el sexo de un niño requería una serie de intervenciones. Antes del nacimiento los padres hacían ofrendas para influir en el sexo del feto... Después del nacimiento, las intervenciones intentaban influir en el sexo físico...” dice Josefina Fernández en "Cuerpos desobedientes". Tal vez, sobre todo porque estamos acostumbrados a un elaborado código de marcadores sexuales jerarquizados.
Pero en la novela, en sus cuerpos sin sexo aparente, el erotismo se corporiza en identidades genéricas cambiantes y moduladas por una multiplicidad de intercambios sociales.
El género neutro sugiere así la equidad en una sociedad fraterna. Allí, para ese orden múltiple, diverso y no jerárquico, la zona abyecta sería la del dualismo y el aniquilante juego de dominación en el que éste se sostiene.
A propósito, Judith Buttler acuñó el concepto de ´cuerpos abyectos´. Este concepto se referiere a aquello que resta de lo producido por un sistema hegemónico. Para ella, ...”la abyección (en latín ab-jectio) implica literalmente la acción de arrojar afuera, desechar, excluir y por lo tanto, supone y produce un terreno de acción desde el cual se establece la diferencia. Aquí la idea de desechar evoca la noción psicoanalítica de Verwerfung, que implica la forclusión que funda al sujeto... produce la socialidad a través del repudio de un significante primario que produce un inconsciente o, en la teoría lacaniana,... la noción de abyección designa una condición degradada o excluida dentro ... de la socialidad...”
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