lunes, 4 de mayo de 2009

Género neutro. 9- La subjetividad no necesariamente es androcéntrica

Desde una hipótesis constructivista, podría decirse que la subjetividad no es androcéntrica, si no fuera porque esto amenaza desintegrar el orden establecido y el sujeto mismo.
Al respecto, son muchas las estudiosas feministas que señalaron la confusión entre orden simbólico y androcentrismo.

Irene Meler (2000) recuerda de Godelier (1986) la denominación para la mujer de “máquina ventrílocua”, pues su habla deriva "de las relaciones de poder institucionalizadas.” Y señala: “la sexualidad se convierte [...] en fuente de universos de representaciones imaginarias por los cuales el orden de una sociedad se inscribe en el cuerpo [...] En todo tiempo y lugar, la sexualidad está obligada a atestiguar el orden que reina en la sociedad y a pronunciarse a favor o en contra de él.”
Luego de reseñar algunos hallazgos antropológicos acordes, la psicoanalista agrega que “ ...las secreciones corporales, que en sí mismas sólo expresan la diferencia sexual anatómica y sus correlatos reproductivos, han sido transformadas [...] en evidencias confirmatorias de las diversas variantes con que se construyó la jerarquía social intergenérica. La sexualidad estaría, entonces, alienada, enajenada en función de los ordenamientos jerárquicos pero a la vez sería un instrumento de alineación, ya que la diferencia sexual anatómica es utilizada como referencia aparentemente indiscutible de la posición social y las funciones de varones y mujeres.”

Dentro del feminismo, esta confusión que reproduce el privilegio falocrático y los supuestos discriminatorios de la sociedad patriarcal, dió origen a dos posturas: el intento por desprenderse del falocentrismo, renegando del orden simbólico (la feminidad sería entonces ajena al orden simbólico, fálico y del lenguaje); o la defensa del androcentrismo como universal y necesario, so pena de ser excluidas de la sociedad.
Pero ambas posturas desconocen la reificación atributiva del biologismo y su sociologización, tomando por "la estructura" esos efectos subjetivos del patriarcado, la heterosexualización compulsiva y la fragilización de las mujeres. No obstante, “La aparente necesidad de la función fálica, no nos descubre el ser, sino la contingencia... podemos definir el orden falocéntrico como una modalidad del orden simbólico y no como el orden simbólico por excelencia”.

Judith Butler, por ejemplo, considera que la coherencia del género es una ficción reguladora, y que “En realidad, lo reprimido o repudiado... es lo que no puede volver a entrar en el campo de lo social sin provocar la amenaza de psicosis, es decir, la disolución del sujeto mismo. Lo que sostengo es que dentro de la sociabilidad hay zonas abyectas que también sugieren ésta amenaza y que... el sujeto, en su fantasía, supone amenazadoras para su propia integridad”.

Entre nosotros, algunas psicoanalistas, como Emilce Dio de Bleichmar o Ana Fernandez, replantean la pretendida naturaleza y legalidad del orden simbólico vigente. Por supuesto, lo hacen retomando investigaciones no incorporadas a la corriente psicoanalítica legitimada, estudios o casos clínicos que cuestionan el patrón androcéntrico como norma del desarrollo, y también las tesis acerca de una femineidad primaria o de una diferenciación femenina a partir del varón, junto con el reconocimiento de la diferencia sexual como condición ineludible para un psiquismo normal.

Robert Stoller fue quien "descubrió" que la identidad nuclear de género es previa al reconocimiento de “la diferencia entre los sexos y que las diferentes interpretaciones acerca de la sexualidad se vinculan con los diversos escenarios culturales donde se desarrollan las teorías ”. Pero darle credibilidad implicaría un cambio de paradigma al que el psicoanálisis se resiste, porque “ubica - dice E. de Bleichmar- a la diferencia sexual o la sexuación como uno entre los tantos componentes que dan acceso a la categoría de sujeto... que no reduce la organización del psiquismo, ni la construcción del sujeto psíquico a la sexualidad”.

Dio de Bleichmar rescata estudios que cuestionaron el complejo de Edipo y la diferencia sexual como organizador central del sujeto psíquico: “Kohut considera que es la primacía del apoyo a la generación siguiente lo que es normal y humano, y no el conflicto intergeneracional y los deseos de atacar y destruir.” El plantea dos vías evolutivas independientes y simultáneas: la de la líbido narcisista y la líbido objetal para fundamentar su posición, pero además, huyendo del esencialismo al que frecuentemente se apela al combatir el sexismo del canon.
Emilce Dio Bleichmar lo señala así: “... El modelo edípico clásico supone que en la díada madre-hijo toda diferenciación es imposible... y que sería función del padre intervenir para imponer el corte necesario para la organización subjetiva del futuro sujeto". Luego corrige: "Las investigaciones demuestran, en cambio, que los infantes desarrollan vínculos de apego diferenciados ... el proceso de creación de la tríada comienza muy pronto, casi paralelamente a la aparición de la díada ...” “Todas las estructuras psíquicas se desarrollan a partir de una matriz relacional que comienza en torno al vínculo de apego" (Ainswoth,1991; Beebe, 1997; Buchsbaum y Emde,1990; Fonagy. 1999; Main, 2000)” .

Estas investigaciones contribuyen a la afirmación de que las bases para el reconocimiento mutuo y la diferenciación, la identidad y la subjetivación, se establecen durante la interacción subjetiva entre adulto e infante, idea que despliegan muchos psicoanalistas, entre ellos, Jessica Benjamín en su libro Sujetos iguales, objetos de amor.

Dentro del psicoanálisis, es notable cómo el "vicio androcéntrico" de la teoría se expresa también en un sexismo que discrimina la producción epistemológica de las mujeres más productivas.
Al respecto, en "El ejercicio de la sexualidad en la posmodernidad", la psicoanalista Irene Meler (2000), afirma: ... no hemos advertido en forma suficiente el carácter cuestionador que estos planteos presentan, con respecto a una de las “piedras fundamentales” del edificio teórico del psicoanálisis: la sexualidad concebida como motor principal del psiquismo.”
Mas esto no “...supone desconocer la relevancia de la intimidad sexual de los padres y el impacto psíquico de la escena primaria par la subjetividad del infante, pero cuestiona su hegemonía para la organización psíquica...” Y sigue: “ambos progenitores pueden ser figuras efectivas, protectoras y modelos de autonomía para sus hijos,... “la identificación a la madre no se hallará tan marcada por la complementariedad genérica y no se usa al padre para negar la dependencia amorosa y las necesidades de apego.”
E. Dio Bleichmar toma de Daniel Stern (1985,1995) su formalización de la constelación maternal, esa nueva y única – no biológica- “organización psíquica de gran magnitud y durante un período importante pero transitorio, cuyas preocupaciones son la vida, el crecimiento, y si será capaz de mantener al hijo con vida y hacerse querer”.

“...poco a poco se va abriendo paso... la concepción de la complejidad de los sistemas motivacionales que interactúan entre sí –apego, hetero / autoconservación, sexualidad /sensualidad, narcisismo-, del papel de la agresividad como organización defensiva frente a las angustias que surgen de las amenazas a esos sistemas motivacionales, de los múltiples tipos de procesamientos inconscientes, de los varios sistemas de memoria ya existentes, de las relaciones entre los contenidos temáticos que la mente procesa y estructuras de procesamiento transtemáticas que organizan esos contenidos y reciben la influencia de éstos, etc.” dice Dio de Bleichmar, y arriesga aún más:
Hasta se podría llegar a plantear en un horizonte desiderativo que el género no tendría razón de existir cuando la ternura, la sensibilidad, el coraje, la autonomía, la racionalidad sean capacidades humanas compartidas, cuando ambos sexos desarrollen las mismas actividades, funciones sociales y tengan las mismas oportunidades.

“...pero aún así no podemos visualizar la desaparición del sí mismo, la identidad individual que nos hace diferentes a cada uno de los otros mortales....es en la dimensión del sí mismo donde se juega la tensión continua entre la autoafirmación y el reconocimiento al otro, o sea, la relación de dominación o de reconocimiento mutuo... durante el desarrollo la normativización de género introduce un proceso de escisión en complementariedad que convierte a los hombres en sujetos y a las mujeres en objetos. Polarización que rompe la tensión necesaria entre la autoafirmación y el reconocimiento mutuo y que se expresa de múltiples formas siendo la más conocida aquella que afecta a la sexualidad”

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